Abrimos el grifo todos los días y sale agua caliente. Un día no sale y maldecimos lo indecible. Nos acostumbramos pronto a lo bueno, habituándonos rápidamente a los sucesos positivos. Por ejemplo, la alegría de las personas a las que les ha tocado la lotería es pasajera. Seis meses después vuelven a ser igual de felices (o infelices) que eran antes de ser ricos. La gratitud es como un extra, no viene de serie. Tenemos que esforzarnos para cultivarla.
Hay mil cosas por las que podemos
estar agradecidos, pero pasan inadvertidas porque siempre las hemos tenido a
nuestro alcance. Pulsar un interruptor e iluminar la habitación. Abrir la
nevera y tener comida. En invierno nos fastidia rascar el hielo del parabrisas
del coche, pero se nos olvida dar las gracias por haber pasado la noche bajo
techo. Son infinitos los motivos para
sentir gratitud, empezando por estar vivos y gozar de buena salud. Podemos
estar agradecidos con lo que nos aportan nuestros sentidos. Por sentir
placeres, emociones y afectos que hacen que la vida merezca la pena.
Robert Emmons ha investigado la gratitud y la define como “un sentimiento de asombro,
agradecimiento y apreciación por la vida”. Las personas agradecidas son más
felices, tienen más energía y son más optimistas. El agradecimiento fortalece
las relaciones y ayuda a saborear las experiencias positivas de la vida.
¿Cómo
podemos practicar la gratitud? La primera propuesta es llevar un diario. Reserva
un momento a reflexionar entre tres y cinco cosas que te hayan sucedido por las
que te sientas agradecido y anótalas completando la frase: “Esta semana estoy
agradecido por”. Se ha comprobado que la felicidad de las personas aumenta
realizando este sencillo ejercicio un día por semana durante ocho semanas.
Probablemente nuestro cerebro aprenda así a buscar más sucesos positivos, en
vez fijar tanto su atención en los negativos.
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