Mi amigo no sabía lo que significaba resiliencia cuando volcó su coche y su cuerpo quedó paralizado de
cuello para abajo. La psicología ha adoptado esta palabra de la física. Es la
capacidad de algunos metales para doblarse y volver a su posición original
cuando cesa la presión.
Las personas resilientes viven la adversidad como un reto y nuestro protagonista afrontó activamente la situación desde
el primer momento. Gritando se aseguró de que los servicios de emergencia salvaran
a su familia, demostrando control
interno y capacidad para resolver
problemas eficazmente.
Su último recuerdo, antes de perder la consciencia, fue que
el enfermero le dijo “tienes reflejos”.
Este mensaje le dio esperanza para confiar en su recuperación con optimismo. Su proceso de rehabilitación
fue asombroso. Tuvo que reaprender casi todo: empezando por respirar, hablar,
comer sin ayuda de otros, caminar, escribir y un largo etcétera de habilidades
que recuperó durante la terapia.
La inteligencia
emocional es una de las bases de la resiliencia. Mi amigo supo aceptar el sufrimiento, sin culparse o
culpar a nadie por lo ocurrido. También pudo disfrutar en la adversidad de emociones positivas y relacionarse de
forma sana con otras personas, lo que le proporcionó mucho apoyo social. Me contó momentos felices, como una excursión en
silla de ruedas hasta la ribera del Tajo con otros compañeros del hospital.
Desde allí, seguramente pudo ver cómo los juncos se doblaban sin romperse,
volviendo a su posición original cuando amainaba el viento.
Viktor Frankl decía que nada capacita más a una persona para
sobreponerse a las dificultades y limitaciones que “la consciencia de tener una tarea en la vida”. Mi amigo encontró la
parte positiva del accidente y dio un sentido
a esta situación límite saliendo fortalecido de ella. Valorando lo que de
verdad importa. Descubriendo en él nuevas capacidades y valores.
Meses después, tuve la suerte de verle caminar de nuevo. Cantarle “cumpleaños feliz” junto a cien personas fue una gran celebración de la vida.
Meses después, tuve la suerte de verle caminar de nuevo. Cantarle “cumpleaños feliz” junto a cien personas fue una gran celebración de la vida.
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