Pensaba que no me quejaba mucho hasta que leí un libro titulado “Un Mundo sin quejas”. Will Bowen proponía un reto que me pareció sencillo: había que ponerse una pulsera morada y estar, durante veintiún días, sin quejarse ni criticar. Si te quejabas, tenías que cambiar la pulsera de mano y empezar a contar de nuevo los días. Tardé por lo menos seis meses en lograr estar tres semanas seguidas sin quejarme. Me di cuenta entonces de las numerosas veces al día que me quejaba por pequeños contratiempos o criticaba a otras personas.
No quejarse es un hábito que
recomienda la Universidad de California para cultivar la felicidad. La queja es
lo contrario al agradecimiento, enfoca nuestra atención en lo más negativo que
sucede.
Hace poco tuve la ocasión de
conversar con Gonzalo Hervás, uno de
los grandes investigadores de la psicología positiva en España. Le pregunté: “¿cuándo está justificado quejarse?”. Me
respondió: “es una cuestión de
proporción”. Me explicó que la queja sirve fundamentalmente para expresar
lo que nos preocupa y para buscar soluciones conjuntamente con otra persona a ese
problema. Esta función de expresión se satisface con cinco minutos de queja.
Podemos decidir la respuesta que
damos a lo que ocurre, en eso consiste ser proactivo. Stephen Covey imaginó un círculo de preocupación, que contiene otro
más pequeño de influencia. Cuanto más nos centremos en rumiar las
preocupaciones, más pequeño se hará nuestro círculo de influencia. Al
contrario, si actuamos afrontando activamente el problema y resolviéndolo,
podremos influir en nuestro entorno, aumentando nuestra sensación de control y
de autoeficacia.
Según Jean de la Fontaine: "El
dolor es siempre menos fuerte que la queja". Quejándonos de vicio la
vida se hace más gris y menos satisfactoria. Evita quejarte por cosas sin
importancia y cuando te quejes mira el reloj. Cinco minutos bastan. No llenes
tu vida de quejas. Recuerda el viejo proverbio: “Si tu mal tiene remedio ¿por qué te quejas? Si no lo tiene ¿por qué te
quejas?”
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