Mi ciudad bullía de actividad el pasado fin de semana. A media tarde fui con mi hija mayor a un festival de cultura urbana y me maravillé con las habilidades que muestran los jóvenes, ya sea en bicicleta, en patines o haciendo acrobacias sobre la cuerda floja. Pasamos luego a una pequeña sala a ver una obra de microteatro, en la que pudimos contemplar muy cerca el talento de los actores para expresar emociones.
Por la tarde participé en un encuentro de corales en un entorno muy hermoso: el patio porticado del Hospitalillo de San José que fue construido a principios del siglo XVI y es un oasis de tranquilidad en medio de la ciudad. La Coral Real Capilla de Aranjuez, como agrupación vocal invitada, cantó un repertorio sobre la obra de Santa Teresa que nos transportó a la época en la que se construyó el edificio hace quinientos años. Disfruté mucho cantando con mi coral un repertorio variado y hasta un pájaro encaramado a un árbol parecía seguir el ritmo con su canto. Al salir de noche los zombis habían tomado la ciudad. Miles de jóvenes corrían despavoridos para evitar a los muertos vivientes y conseguir realizar las pruebas de una macro yincana.
Probablemente todas estas actividades tienen en común que permiten entrar en un estado placentero llamado fluir. Los deportistas llaman “entrar en la zona” a sentir ese estado de concentración total. Cuando entras en estado de flujo estás tan absorto en la actividad que pierdes el sentido del tiempo, que pasa en un suspiro. Para que se produzca este estado tiene que haber un equilibrio entre la dificultad de la tarea y los recursos internos para llevarla a cabo. Se puede fluir con múltiples actividades en el tiempo libre o en el trabajo. Sencillas como conversar o difíciles como tocar el piano. Esta sensación generada internamente nos hace sentir más satisfechos con la vida, conectándonos al momento presente, para vivir de manera más rica y plena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario