Para que florezca una planta necesita cuidados diarios:
plantar la semilla, regarla con el agua justa, abonar y airear la tierra,
apartar las malas hierbas y hojas secas. Así, un buen día llega la primavera y
aparecen hermosas flores o sabrosos frutos.
Los seres humanos necesitamos los mismos cuidados para
crecer personalmente: tratarnos adecuadamente, con una actitud compasiva,
tolerante y amable. A veces, en vez de atendernos con el mimo que daríamos a un
recién nacido, nos tratamos duramente, juzgándonos y culpabilizándonos. Esas
actitudes pueden suponer un lastre para nuestro florecimiento.
Metta es una palabra pali traducida como amor incondicional.
Implica una visión de la existencia en la que todo está interconectado y es mutuamente
interdependiente. Barbara Fredickson considera que las emociones positivas
abren la conciencia. Ha llamado “resonancia positiva” a la experiencia de
sentir las emociones positivas también entre los individuos, aumentando su
sincronía biológica (en los latidos del corazón y la frecuencia del campo
eléctrico del cerebro) y la motivación de cuidar al otro.
La meditación Metta puede practicarse repitiendo mentalmente
deseos de bienestar, por ejemplo: “Que esté bien y sea feliz”. Estas frases
pueden dirigirse a nosotros mismos, familiares, amigos y progresivamente a un
círculo cada vez más amplio de seres. También se puede prestar atención a las
sensaciones corporales, enfocándose en el área de corazón, o imaginar
creativamente paisajes y situaciones agradables.
El nervio vago conecta el cerebro con el corazón,
participando en nuestro sistema orgánico de conexión interpersonal. El tono del
nervio vago se mide según varían los latidos del corazón cuando inspiramos o espiramos.
Cuando el tono de este nervio es alto existen más situaciones de conexión
emocional positiva y se producen, en palabras de Fredickson, “espirales
ascendentes del corazón”. La práctica del amor incondicional aumenta el tono
del nervio vago, produciendo efectos positivos en la salud mental y física.
Aprende a mimar tu corazón, como el jardinero que cuida
delicadamente su jardín, para que florezca toda la vida que existe alrededor.
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