Leí en el periódico unas palabras del tenista Novak Djokovic que me agradaron: “El superpoder más grande que un ser humano puede tener es la humildad. Yo elegiría ser un superhéroe que ame a todo el mundo, con la capacidad de no tener miedo y de compartir su energía positiva con todo el planeta”. Casi nada.
La humildad es una de las veinticuatro fortalezas personales, derivadas de las seis virtudes consideradas universales. Hace tiempo, en una clase de psicología positiva, me propusieron escoger la fortaleza humana que más resonara con mi forma de ser. Elegí la gratitud. Luego comentamos nuestra elección entre los alumnos. Hablé de una carta que escribí para agradecer un favor que hizo por mí una mujer hace treinta años. Conté cómo localicé a esa persona, después de tanto tiempo, para hacerle llegar mi agradecimiento.
La compañera que estaba sentada a mi lado optó por la humildad. Me contó un ejemplo emotivo que vivió con su familia. Le pregunté: “¿Cómo te ayuda ser humilde?”. Me contestó que le facilitaba las relaciones con los demás que, al no considerarla prepotente, le permitían comunicarse de igual a igual. Le dije que me había resultado curioso conocer su historia para valorar la importancia de ser humilde, pues no me lo había planteado nunca. Ella me indicó que, para entregar una carta de agradecimiento, también yo tenía que ser humilde. Me acordé de esa conversación cuando leí una cita de José Martí: «La gratitud, como ciertas flores, no se da en la altura y mejor reverdece en la tierra buena de los humildes». En el fondo, la gratitud implica cierto grado de humildad, al tomar conciencia de que no podríamos ser quienes somos, ni llegar a conseguir lo que hemos logrado, sin la contribución esencial de otras personas que nos ayudaron por el camino, para poder cumplir nuestros sueños.
Cada persona es especialmente buena en algo. Podemos encontrar nuestros superpoderes y ponerlos en acción para ser cada día mejores.
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