Durante años salí a correr con mi
hermano. Es un ejercicio físico saludable que cada vez cuenta con más adeptos,
entre otras razones porque hace que te sientas bien. En una conferencia escuché
a un atleta decir que todos empezamos porque “correr es un psicólogo barato”.
Le comenté esta frase a un amigo y me dijo que, efectivamente, él empezó a
correr tras una ruptura sentimental.
Dejé de correr hace tiempo, aunque sigo
manteniendo la costumbre de ir a ver la llegada de la San Silvestre, que se
celebra el último día del año en mi ciudad. Llegué con bastante antelación,
esperando ver aparecer a mi hermano. Me entretuve viendo a los atletas
disfrazados de Papá Noel, de duendes, hadas o de las formas más inverosímiles y
extravagantes.
Los niños esperaban ansiosos a sus
padres, para correr de su mano los últimos metros. Un padre despistado no vio a
su hijo y el pequeño se sentó en el suelo con una llantina inconsolable. Luego
le vi feliz en brazos de su padre. Me emocioné con la alegría de los amigos
entrando a meta abrazados. Un señor mayor venía muy rápido con cara de
felicidad. Miré hacia donde miraba y el cronómetro marcaba cuarenta y ocho
minutos. Supuse que iba a mejorar su mejor marca personal.
Me pregunté por qué miles de hombres,
mujeres, jóvenes y ancianos, de diferentes razas y clases sociales, tienen en
común su afición a la carrera. Según Bramble y Lieberman, lo que hizo que
evolucionásemos como humanos fue precisamente nuestra capacidad para correr
distancias largas. Nos permitió cazar o encontrar carroña en la extensa sabana
africana. Además, correr favorece la generación de nuevas neuronas, por lo que
podría decirse que correr nos hizo y nos hace más inteligentes. Correr nos hace
humanos.
Dicen que correr es de cobardes. Se puede
correr para huir, para llegar antes, para respirar aire limpio en la naturaleza,
para ganar, para sentirse mejor o para despedir el año de manera divertida.
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