Recuerdo bien el gol a cámara
lenta de Fernando Torres en la final de la Eurocopa de 2008. Estábamos en el
salón y, cuando “el Niño” apenas había tocado el balón, oímos un grito de
“gol”. Mi hermano veía una televisión analógica en la cocina y nos radió el gol
unos segundos antes de que lo viéramos entrar.
Aquella victoria hizo que muchos
españoles nos sintiéramos orgullosos de la selección. Para que el orgullo
colectivo se produzca es necesario identificarse mucho con el grupo y que sea muy
valorado lo que se consigue. Compartir la emoción con otros multiplica la
alegría.
Rememoré ese partido al conocer
la muerte de Luis Aragonés, que fue el seleccionador aquel año. Cambió el
estilo de juego y como entrenador supo infundir una mentalidad ganadora a los
jugadores. Por ejemplo, antes de ganar la final de Copa en 1992, dijo a su
equipo: “Son el Atlético de Madrid y hay 50.000 dentro que van a morir por
ustedes. Por ellos, por la camiseta, por su orgullo, hay que salir y decir en
el campo que sólo hay un campeón y va de rojo y blanco”.
El orgullo es una emoción
autoconsciente que implica una valoración positiva de uno mismo como resultado
de evaluar una acción propia como un éxito. En nuestra cultura esta emoción no
se expresa demasiado. En un estudio se comprobó que muchos niños españoles de
seis y siete años desconocían que significa orgullo, mientras los holandeses de
esa edad desconocen el significado de vergüenza. La expresión universal del
orgullo es: cabeza atrás, pecho erguido y manos en las caderas o elevadas en el
aire, como cuando los atletas ganan una carrera.
¿Alguna vez has sentido orgullo
por algo que hicieras muy bien? ¿Has sentido mucha satisfacción por conseguir
un logro importante para ti? No es necesario que presumas de ello ante nadie,
pero puedes volver a disfrutar recordando esos momentos. Siguen guardados en tu
memoria, como un tesoro esperando a ser descubierto.
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