Revivir los recuerdos positivos del
pasado es un proceso mental normal y sano, fuente de satisfacción que nos
permite fortalecer la propia identidad y dar sentido a la historia personal.
Hace poco mi madre me contó esta
anécdota que sucedió en casa de su mejor amiga de la infancia: <<Le
digo a la madre de Angelita: “Carmencita, ¿quiere usted que le eche las
cartas?”. Contesta: “vete a hacer puñetas”. Le pregunto a su hija Pepi:
¿quieres que te eche las cartas?”. Responde: “sí”. Me puse a contarle todas las
tonterías que me parecían. De pronto, veo la sota de espadas y digo: “un
soldado viene de camino, de un momento a otro van a llamar a la puerta”. Me
callo y oímos: “toc, toc, toc”. Pepi abre la puerta y grita: “ah…” y apareció
el novio, que estaba en la mili. Luego la madre me pide: “échamelas a mí”. Ya
no consentí echarlas más. Aquello fue una casualidad, ¡pero lo que nos
reímos!>>
Conocí este divertido momento gracias
a varias tardes que pasé con mi madre repasando los sucesos positivos de su
vida. Empezamos por la infancia, recordando su adolescencia, la juventud y su
madurez hasta el momento actual. Le pregunté por los momentos felices vividos
junto a su familia o los amigos.
Lo pasamos muy bien esos días, nos
reímos mucho, descubrí anécdotas desconocidas y entendí mejor cómo mi madre ha
llegado a ser como es. Sentí entonces que aumentaba nuestro afecto mutuo y me
transmitió aprendizajes que podrán pasar a otra generación. Resulta
sorprendente conocer cómo han cambiado las costumbres o el esfuerzo que
costaba, por ejemplo, lavar la ropa. También me emocionaron y admiraron algunos
episodios de su vida. Es una lección comprobar cómo ella ha vivido una buena
vida, conservando intactas sus ganas de vivir, pese a las adversidades que
encontró en el camino.
Te propongo que aprendas cuanto
puedas de tus mayores porque, como decía José Saramago, “la vejez empieza
cuando se pierde la curiosidad”.
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