La
vuelta de vacaciones es un momento propicio para los reencuentros. En estos
momentos, una reacción bastante habitual es abrazar a las personas por las que
sentimos cariño. Los abrazos surgen de forma espontánea cuando estamos
contentos, a menudo vemos a los deportistas abrazarse tras conseguir un gol. También
los abrazos nos sirven de consuelo tras perder a alguien a quien queremos.
Abrazar refuerza la intimidad y la amistad, puede reducir el estrés y hasta mitigar
el dolor.
Un
estudio de la Universidad de Pensilvania demostró que los abrazos son también un
medio eficaz para aumentar la felicidad. Los participantes dieron un mínimo de
cinco abrazos diarios durante cuatro semanas, intentando abrazar a la mayor
cantidad de personas distintas.
Paul Zak afirma que al abrazar nuestros cerebros liberan oxitocina. Tras investigar
durante diez años llegó a la conclusión de que esta hormona es el estimulante
humano de la empatía, la generosidad y la confianza. Dice que “es el pegamento social que permite crear
familias, comunidades y sociedades”, pues hace posible conectar con los
demás y sentir lo que sienten. Recomienda
dar ocho abrazos al día, pues la gente que libera más oxitocina es más feliz y
tiene mejores relaciones de todo tipo. Al contrario que en la película de
Almodóvar “Los abrazos rotos”, en realidad unen.
Tras
ver una conferencia en la que Zak proponía su receta de abrazos, lo comenté en
mi entorno y empezamos a abrazarnos unos a otros para ver qué pasaba. En
seguida se creó un ambiente distendido en el que proliferaron las risas. Me
sentí especialmente bien ese día.
Robert
Louis Stevenson decía que “no hay deber
que descuidemos tanto como el deber de ser felices.” Para Borges “todo regalo verdadero es recíproco.” Abrazar
es una manera sencilla de ofrecer y recibir felicidad. Es un regalo que podemos
hacernos más a menudo para estar mejor, incluso cuando se acaba el verano y hay
que volver al trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario