Hace casi dos años, en una soleada mañana de invierno, mi
hija pequeña participó en un cross escolar. En la salida se agolpaban nerviosas
cientos de niñas de su edad que, cuando sonó la bocina, echaron a correr
atropelladamente. En la primera curva la vi en el grupo de cabeza con su amiga
inseparable. Vestían de rojo y negro. El azar quiso que llevaran el dorsal 32 y
23, respectivamente. Las perdí de vista cuando entraron en el parque pero, cuando
enfilaron la recta de meta, venían entre las primeras. Mi hija disputó el
sprint hasta la línea de meta, quedando segunda. Su amiga ganó el bronce,
también en los últimos metros. Todavía me emociono al ver sus fotos encima del
podio; las medallas colgando, sus caras sonrientes. Los judíos llaman “naches” al placer, mezcla de alegría y
orgullo, que sentimos los padres cuando los hijos logran algo relevante. Esa
noche fuimos a celebrarlo ambas familias, rememorando los momentos felices
vividos en la carrera.
Nuestra forma de reaccionar ante los éxitos de las personas puede
fortalecer la relación o socavarla. Sólo reaccionando de forma activa y
constructiva se hace más fuerte la relación. Celebrar los triunfos es la mejor
manera de crear relaciones sólidas con las personas que nos importan.
Cuando alguien importante para ti cuente algo bueno que le
haya sucedido, escúchale con atención y pídele que reviva el momento contigo.
Cuanto más tiempo paséis hablando, mejor. Dedica mucho tiempo a reaccionar
constructívamente: haciendo preguntas para conocer con detalle cómo ha sido,
mirando a los ojos, mostrando tus emociones positivas, sonriendo sinceramente y
riendo.
Cuando celebres a menudo los éxitos de otros quizás notes
que caes mejor a los demás, que pasan más tiempo contigo y compartís más
confidencias. Tal vez, desarrollarás la capacidad de reaccionar de esta manera
fácilmente y te sentirás cada vez mejor. Celebrar puede ayudarnos a ser felices
porque, como dijo Baden Powel, “la manera
de conseguir la felicidad es haciendo felices a los demás.”
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