Una soleada mañana de otoño esperaba a mi hija sentado en
una terraza. Entonces estaba realizando un curso de Mindfulness y meditaba a
menudo. El calor era agradable y decidí, camuflado tras mis gafas de sol,
cerrar los ojos y prestar atención a mi respiración. Hay muchas formas de
meditar. La manera más común es observar cómo entra y sale el aire al respirar,
sintiendo las sensaciones en el abdomen o en las aletas de la nariz. Como la
mente tiende a distraerse con pensamientos, forma parte de la práctica volver a
centrar la atención, una y otra vez, sobre el objeto meditativo que se haya elegido.
Una persona me dijo que “meditar es darse cuenta”. Estás meditando en el
preciso momento en el que eres consciente de que te has distraído. Me gusta la
definición de Jon Kabat-Zinn: "Meditar no es sentirnos de una manera
especial. Se trata de sentir cómo nos estamos sintiendo”.
Cuando abrí los ojos ese día, justo delante de mí, tan solo
unos centímetros por delante, observé los diminutos movimientos de una avispa
posada sobre la mesa plateada. Los reflejos del sol me permitieron apreciar sus
colores intensos, creados por la naturaleza para avisar del peligro. Nunca
había observado una avispa con aquella atención plena. Lo normal hubiera sido alejarme
o intentar ahuyentarla a manotazos. Como si estuviera viendo un documental, el
estado emocional alcanzado mientras meditaba me permitió observar de forma
relajada a aquel insecto, que me pareció fascinante. Pude contemplar con
curiosidad algo que suele generarme aversión, con los ojos de un niño que mira
sin miedo por primera vez.
También es posible observar las emociones difíciles con la
misma mirada atenta. En vez de preguntarnos sobre su porqué, con cuidado
podemos sentir cómo ocurren y quizá podamos aprender algo de ellas. A veces
desaparecen por sí solas, como voló aquella avispa. Evitar sentir las emociones
sólo complica las cosas. Meditando podemos conectar con nosotros para, simplemente,
sentir lo que somos en cada momento.
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