Un amigo dice que solo hay algo peor que no practicar yoga: dejar de hacerlo. Asistir a clases de yoga me produce mucho bienestar. Empecé a practicarlo en un momento complicado de mi vida y me ayudó a salir del bache. Después lo abandoné muchos años y, cuando lo retomé, noté lo oxidado que se había quedado mi cuerpo.
La combinación de diferentes
posturas de estiramiento de los músculos, relajación, ejercicios respiratorios
y meditación, permite que salga del gimnasio como nuevo. Integrar el movimiento
con la respiración hace que me olvide del mundo y viva plenamente unos momentos
dedicados a cuidar de mi salud.
La práctica del yoga tiene
beneficios para la mejora de la salud y el bienestar psicológico. Un estudio de
Thirthalli y Naveen (2013) demostró que practicar yoga reduce el cortisol, una
hormona que se libera como respuesta al estrés. Además, aumenta el nivel de
serotonina, lo que permite dormir mejor y produce mejoras en pacientes con
depresión y ansiedad. También el yoga y la meditación aumentan el tamaño de los
telómeros en los extremos de los cromosomas. Tener telómeros sanos y grandes
está relacionado con un incremento de la longevidad.
El primer día de la primavera,
asistí con mi hija pequeña a su primera clase de yoga. Le pregunté al salir y
me dijo que le había sentado muy bien. Comentándoselo a una persona, me explicó que, tras practicar yoga durante meses, no lo aguantaba. Le relajan más actividades
que le hagan moverse más, como el pádel. Quizás, cada uno tenga una manera
diferente de soltar tensiones, en función de su estado de ánimo.
El termino yoga significa unión. Originariamente,
esta disciplina oriental pretendía unir el alma individual con la divinidad.
Para mí, crea una conexión con mi cuerpo que resulta sanadora. Dicen que más de
la mitad del tiempo estamos pensando, alejados del aquí y ahora. Si abandonas
tu casa mucho tiempo pueden alojarse huéspedes indeseados. Habitando tu cuerpo, prestándole atención, ganarás salud y bienestar.
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