jueves, 30 de abril de 2015

Miradas que sanan

A veces la vida te pone donde no esperabas. Ver frustradas las propias expectativas lleva a sufrir algo parecido a un duelo por lo que no pudo ser. Cuando no puedes hacer nada para cambiar las cosas que ocurren, toca aprender a aceptar la realidad.

Sabina preguntaba en una canción: “¿Quién me ha robado el mes de abril? ¿Cómo pudo sucederme a mí?”. No encontramos respuestas razonables para las preguntas que nos hacemos cuando padecemos una decepción o la vida nos trata injustamente.

Marzo fue para mí una montaña rusa. Un mes lleno de altibajos emocionales. Toqué el cielo y rocé el suelo. Cuando estoy mal busco el apoyo de mi mujer que, además de escuchar atentamente, suele atinar en los consejos. Uno de esos días bajos, casi subterráneos, tuve una ayudante inesperada. Mis cuñados tienen una perrita y, cuando se marchan de fin de semana, suele quedarse en nuestra casa. Syra es alegre y muy inquieta, pero esos días no se separaba de mi lado. Parecía adivinar que necesitaba consuelo. Hice una foto a la perra con el móvil para enviarla por chat y la titulé “Syraterapia”.

Recientemente conocí la investigación realizada por Takefumi Kikusui con treinta perros y sus dueños. Descubrió que las personas y los canes que se miraban más tiempo a los ojos producían más oxitocina en sus cerebros. Es la primera vez que se demuestra la existencia de un vínculo hormonal entre humanos y otra especie. La oxitocina está considerada la hormona del amor. Se segrega cuando abrazamos a un ser querido. Las madres también la producen al mirar a los ojos de sus bebés.

La terapia con perros podría ayudar a personas con estrés postraumático, que suele producirse tras experimentar un suceso en el que la propia vida haya estado en riesgo, como un accidente o una agresión. Lo contrario al miedo es el amor que es una “medicina milagrosa”. Contactar visualmente con el “mejor amigo” de la humanidad puede crear un vínculo sanador.

Puedes ver una charla de Paul Zak titulada "Confianza, moral... y oxitocina" en el siguiente enlace.

viernes, 24 de abril de 2015

Cuando algo va mal

Recientemente fui a Madrid en tren a hacer una gestión. Se me olvidó llevar algo para leer y estuve observando a los viajeros. Una chica llevaba unos auriculares conectados a su teléfono y quizá por ello no era consciente del volumen al que estaba conversando. Me enteré de cómo había cortado una relación amorosa.

Una separación es una experiencia traumática. Antes de cortar por lo sano, una pareja puede hacer cosas para mejorar y fortalecer la relación. El apoyo social permite manejar mejor las experiencias estresantes y dolorosas. Contarle tus problemas a una persona en la que confíes, como hizo la pasajera, permite mejorar el estado de ánimo y reducir la preocupación. Una montaña parece menos inclinada cuando vamos paseando con un amigo.

Intenta mantener una proporción de al menos tres sucesos positivos por cada negativo, pues éstos impactan más. Cada día puedes preguntarte: ¿Qué puedo hacer para mejorar la vida de mi pareja? Contar una situación divertida, escuchar atentamente, revelar algo íntimo… son acciones que pueden influir en la felicidad conyugal.

También es importante utilizar el mismo lenguaje. Si puedes reflejar, como un espejo, la forma de hablar y los gestos de tu pareja durante una discusión, es más probable que os escuchéis y podáis resolver el problema.

Otra alternativa es observarse a distancia, como si fueras otra persona ajena al conflicto. Cuando uno piensa en una experiencia dolorosa o una ofensa se siente cada vez peor, extrayendo conclusiones negativas que hacen difícil encontrar una solución. Cuando discutas con tu pareja deja pasar algo de tiempo y reflexiona sobre cómo vería la situación objetivamente un amigo en quien confíes. Se ha demostrado que poner en práctica este auto-distanciamiento impide seguir pensando de forma circular o evitar la situación, logrando entender mejor la crisis para buscar una solución constructiva y no devolver un comportamiento hostil. 

Mantener vivo el amor es un arte. Como decía Erich Fromm: “la paradoja del amor es, ser uno mismo, sin dejar de ser dos”.

viernes, 17 de abril de 2015

Más grande que uno mismo

El 11 de abril participé en un concierto excepcional para mí. La Coral Polifónica de Getafe interpretó el Réquiem de Mozart. La catedral estaba abarrotada con varios cientos de personas expectantes. Me pidieron que escribiera unas palabras para presentar la obra. Con treinta músicos delante de mí y ochenta coralistas a mi espalda, hablé del misterioso hombre vestido de negro que encargó el Réquiem en 1791, al que Mozart confundió con un mensajero del destino, lo que le hizo creer que el Réquiem que iba a escribir era para su propio funeral. Fue casi una profecía auto-cumplida, pues murió sin terminarlo cinco meses después con 35 años. Decía José Mujica que “parece mentira que no cuidemos la vida, que es un paréntesis. Tenemos toda la eternidad para no ser”.

Cada parte del Réquiem cuenta una escena, como en una representación teatral. Mozart expresó a lo largo de su última obra muchas emociones: pena, rabia, esperanza, miedo, ira, serenidad, angustia, ternura, tristeza…

Resulta llamativo que siga suscitando tanto interés una obra compuesta hace más de doscientos años. Quizá Mozart logró trascender su tiempo, expresando magistralmente emociones universales a través de su música. La trascendencia es una de las seis virtudes humanas consideradas universales. Está relacionada con lo que se eleva por encima de lo ordinario, con encontrar un sentido y propósito a la vida. La capacidad de apreciación de la belleza y la excelencia, la gratitud, el optimismo, el sentido del humor y la espiritualidad son fortalezas humanas trascendentes.

Benjamín Zander es el director de la orquesta filarmónica de Boston. Su objetivo es ver brillar los ojos de sus músicos. Si no los ve brillantes al acabar de dirigir se pregunta: ¿quién estoy siendo? Vi muchos ojos brillar de emoción tras el concierto. Permanecerá grabado en mí el recuerdo de participar en algo tan difícil y hermoso. Me siento orgulloso de formar parte de algo que es mucho más grande de lo que soy. Juntos llegamos mucho más lejos.

A continuación el vídeo de la charla TED de Benjamin Zander sobre música y pasión.




viernes, 10 de abril de 2015

Disfrutar como un niño

Cuando mis hijas eran pequeñas, un día jugué al escondite con ellas y me oculté dentro de una bañera. El juego provocó en mí muchas risas y excitación. Afloraron emociones intensas que había olvidado al hacerme mayor. Los niños juegan cuando no les imponemos otra ocupación. De manera natural disfrutan mientras aprenden a conocer el mundo.

Cuando nos hacemos adultos la vida puede convertirse en una sucesión interminable de obligaciones y tareas por terminar que nos proporcionan pocas satisfacciones. No es extraño que entre los 20 y los 50 suela estar la etapa menos feliz de la vida.

El disfrute se define como "el comportamiento capaz de generar, intensificar y prolongar el placer". En mi familia llamábamos hacer "soñitos" a saborear poco a poco un postre, tomando cucharadas pequeñas, para que durara más el placer.

Practicar habitualmente el disfrute aumenta la felicidad y disminuye las posibilidades de padecer una depresión. Puedes pararte a disfrutar las actividades que haces habitualmente a toda prisa: tomarte tu tiempo para disfrutar de una ducha, para paladear un delicioso desayuno o detenerte a oler una flor en tu camino al trabajo. Te propongo que tengas por lo menos dos experiencias placenteras diarias, prestando atención para que el placer sea lo más intenso y duradero posible.

Otra opción es que de vez en cuando crees un día genial, en el que enlaces numerosas actividades positivas disfrutadas en un mismo día. Puedes empezar por imaginar cómo sería un día perfecto para ti y para un familiar o amigo. Planifica actividades que estén a tu alcance y no es necesario que sean costosas. Decide cuándo vas a llevar a cabo tu día positivo e invita a tu acompañante. Cuando llegue el día disfruta al máximo y por la noche reflexiona sobre qué cosas han hecho que lo pases bien. Como dijera Benjamín Franklin, "la felicidad no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días".