jueves, 31 de marzo de 2016

Habitar el cuerpo

Un amigo dice que solo hay algo peor que no practicar yoga: dejar de hacerlo. Asistir a clases de yoga me produce mucho bienestar. Empecé a practicarlo en un momento complicado de mi vida y me ayudó a salir del bache. Después lo abandoné muchos años y, cuando lo retomé, noté lo oxidado que se había quedado mi cuerpo.

La combinación de diferentes posturas de estiramiento de los músculos, relajación, ejercicios respiratorios y meditación, permite que salga del gimnasio como nuevo. Integrar el movimiento con la respiración hace que me olvide del mundo y viva plenamente unos momentos dedicados a cuidar de mi salud.

La práctica del yoga tiene beneficios para la mejora de la salud y el bienestar psicológico. Un estudio de Thirthalli y Naveen (2013) demostró que practicar yoga reduce el cortisol, una hormona que se libera como respuesta al estrés. Además, aumenta el nivel de serotonina, lo que permite dormir mejor y produce mejoras en pacientes con depresión y ansiedad. También el yoga y la meditación aumentan el tamaño de los telómeros en los extremos de los cromosomas. Tener telómeros sanos y grandes está relacionado con un incremento de la longevidad.


El primer día de la primavera, asistí con mi hija pequeña a su primera clase de yoga. Le pregunté al salir y me dijo que le había sentado muy bien. Comentándoselo a una persona, me explicó que, tras practicar yoga durante meses, no lo aguantaba. Le relajan más actividades que le hagan moverse más, como el pádel. Quizás, cada uno tenga una manera diferente de soltar tensiones, en función de su estado de ánimo.

El termino yoga significa unión. Originariamente, esta disciplina oriental pretendía unir el alma individual con la divinidad. Para mí, crea una conexión con mi cuerpo que resulta sanadora. Dicen que más de la mitad del tiempo estamos pensando, alejados del aquí y ahora. Si abandonas tu casa mucho tiempo pueden alojarse huéspedes indeseados. Habitando tu cuerpo, prestándole atención, ganarás salud y bienestar.

viernes, 18 de marzo de 2016

Turista en mi ciudad

Hay tardes de invierno que presagian la primavera. La ciudad se despereza del frío invernal, saliendo a la calle deseosa de sentir en la piel la calidez del sol.

El sábado paseé sin rumbo fijo por Madrid, con ojos de turista, como si fuera la primera vez que la visitara. El sol estaba cayendo, dorando todo a su paso.

A la salida del metro, me sorprendió un grupo de jóvenes con crestas de colores que, en contraste con su aspecto duro, bromeaban y reían, amables como la tarde. En una fuente de plaza de España, medio en penumbra, la luz perpendicular resaltaba los contornos de las esculturas. Bajé hacia el parque del Oeste y miles de personas parece que tuvieron la misma idea. Pasé de largo el templo de Debod, el lugar preferido para los autorretratos. Llegué hasta una barandilla en la que un músico tocaba la trompeta. Desde lo alto, me detuve un rato a contemplar el atardecer sobre el río, mientras vibraban a mi lado las notas de jazz. A mi izquierda, una hermosa vista de la catedral. Como diría una amiga mía, tuve un ataque de felicidad. Eché una moneda en el estuche y seguí paseando, saboreando cada paso que daba.

Más adelante, unos jóvenes saltaban dando volteretas sobre una estrecha cinta, que hacía las veces de cama elástica. Al regresar, descendí por unas escaleras, al lado de unos extraños pinos que crecían horizontalmente.

El saboreo consiste en disfrutar de las cosas simples de la vida, prestando atención al placer que nos proporcionan. Puede favorecer el saboreo:

  • Compartir con otras personas el momento, contándoles la experiencia.
  • Hacer una foto mental, para guardar el recuerdo en la memoria.
  • Centrarse en percibir el estímulo placentero y desatender los demás.
  • Sentir, en vez de pensar.

Como diría Jon Kabat-Zinn "Si estás centrado en el presente tienes más tiempo, porque a lo largo del día disfrutas de un número infinito de momentos". Puedes vivir más intensamente estando presente, cada instante.


lunes, 7 de marzo de 2016

Amor y otras casualidades

Recientemente presencié un hermoso concierto de música antigua, interpretado por el trío Roncesvalles. La canción que me pareció más bonita musicaba el poema “Mi religión es el amor” de Ibn Arabi, un sabio musulmán andalusí, nacido en Murcia en el siglo XII. La violinista y el guitarrista son hermanos. Habían conocido el poema gracias a su padre, un antropólogo que les trasmitió su pasión por las canciones sefardíes. Me parece conmovedor que el amor por la música pueda perdurar entre generaciones. Cerré los ojos para escuchar. Aunque no entendía la letra en árabe, logró emocionarme mucho. Estaba compuesta con el corazón.


Buscando información, intuí que los músicos podían ser hermanos de un amigo con el mismo apellido. Le escribí y me lo confirmó.

En internet encontré una traducción del poema, comenzaba así: “Hubo un tiempo en que rechazaba a mi prójimo si su fe no era la mía. Ahora mi corazón es capaz de todas las formas”. Pensé que le gustaría a otro amigo y le envié el poema. Me contestó que el autor, un místico sufí, era una de sus principales referencias. Conoció el poema al ver anunciado un espectáculo de danza titulado “Mi corazón es capaz de todas las formas”. Pensó que esa frase no era capaz de escribirla cualquiera. Compró las entradas y contempló una representación de danza sufí interpretada por mujeres musulmanas, por primera vez público, pues en su país se prohíbe a las mujeres bailar fuera del ámbito doméstico.

La teoría de los Seis Grados de Separación plantea que estamos conectados con cualquier persona del planeta, mediante una cadena de cinco conocidos. En 1967, Stanley Milgram en un experimento demostró necesarios entre 5 y 7 intermediarios. En 2011, el estudio Anatomy of Facebook analizó los amigos en común de 721.000.000 usuarios (casi 10% de la población mundial). El 99,6% de pares de usuarios estaban conectados por 5 grados de separación.

Parece increíble. Estamos interconectados con toda la humanidad, solamente a unas personas de distancia.