viernes, 19 de junio de 2015

El largo camino hacia el perdón

Recientemente me emocionó un artículo que contaba una experiencia en institutos de Euskadi a los que asistieron víctimas del terrorismo a contar su experiencia sobre cómo perdonaron a sus agresores. Me producen admiración las personas que han perdido seres queridos o sufrido daños y son capaces de dejar atrás el dolor del pasado para vivir una vida más plena, alejada del resentimiento.

Hace unos días asistí a un curso de psicología positiva impartido por Gonzalo Hervás. Nos dijo que perdonar implica una intención de reducir o eliminar la ira, el rencor y el odio. Pero no supone reconciliarse, ni tolerar o excusar un comportamiento dañino. Perdonar aumenta la autoestima, reduce la ira, la ansiedad y la depresión.

No perdonar activa el sistema cerebral de evitación de peligros y de la protección. Cuando el daño es reciente tiene sentido que se active el rencor, porque nos ayuda a ponernos a salvo. Pero cuando permanecen indefinidamente aquellas heridas emocionales antiguas que dejaron relaciones mal curadas, el resentimiento impide que usemos nuestro sistema emocional para vivir las relaciones más plenamente.

Cuando nos atragantamos con un trozo de comida tragamos agua para que pase. Perdonar sirve para desatascar esos rencores que nos hacen sentir mal cada vez que se activa el recuerdo de quien nos hizo daño.

Una estrategia para aprender a perdonar es:

  1. Recordar la agresión: no se trata de rumiar obsesivamente pensamientos sobre el hecho, sino de sentir las emociones asociadas que son sólo nuestras. Dales espacio para aceptarlas y comprenderlas. Respirar pensando que “es normal que me sienta así” puede ayudar.
  2. Comprender al agresor: Intenta entender su punto de vista.
  3. Reconocer los propios errores: Valora si hubo algo que hicieras mal.
  4. Comprometerse a perdonar: Tomar la determinación de perdonar cada vez que recuerdes a la otra persona.

Dice un proverbio chino que “de las nubes más negras cae un agua limpia y fecundante”. Perdonar puede disipar los oscuros nubarrones del rencor, despejando tu mente.

viernes, 12 de junio de 2015

La fuerza del grupo

Recientemente impartí un taller sobre psicología positiva a un grupo especialmente longevo. Se trataba de una escuela de padres que llevan reuniéndose durante más de treinta años cada tres semanas para aprender y debatir sobre diversos temas. Nos lo pasamos muy bien y nos reímos mucho. Reconozco que sentí cierta envidia por no pertenecer a un grupo como ése.

Los grupos según la ley natural también nacen, se reproducen y mueren. Es admirable tener el empeño y la inteligencia suficiente para mantener unido a un grupo durante tantos años. 

Hay una relación causa-efecto entre relaciones sociales y felicidad. Los grupos sociales satisfacen muchas necesidades vitales. Los humanos estamos motivados para mantener relaciones sociales fuertes, sostenidas en el tiempo y positivas. Pertenecer a un grupo permitió sobrevivir a nuestros ancestros. Es de vital importancia.

Contando con apoyo social se puede hacer frente mejor a los problemas. Cuántas veces nos sentimos mejor al contar nuestras preocupaciones a un amigo, que puede ayudarnos de forma tangible, emocional o dándonos información que ayude a resolver el asunto que nos preocupa. 

Algunas estrategias para mejorar las relaciones sociales son sencillas, empezando por dedicar más tiempo. Al parecer, las parejas más felices dedican al menos cinco horas semanales a estar juntos. A hablar, a compartir aficiones o simplemente dar un paseo. Con los amigos también es necesario pasar un tiempo valioso de vez en cuando.

Otra forma de hacer amigos es mostrar admiración sincera, agradecimiento y afecto, con palabras o físicamente. Qué agradable es sentir que nos valoran. Atrévete a mostrar lo mejor que llevan en su interior los que te rodean, como hacía Miguel Ángel extrayendo belleza de un bloque de piedra.

Celebra los éxitos de los demás de manera activa y constructiva. Hace poco hice realidad un libro en el que empleé dos años. Recibí reacciones que iban casi del desprecio a la indiferencia, pasando por el interés, la alegría y el entusiasmo. MI confianza aumentó sólo con los que celebraron mi logro.

viernes, 5 de junio de 2015

Un vínculo entre generaciones

La semana pasada entregué los beneficios del libro “Todos los días eran buenos” a FUNDELA, una fundación que investiga la Esclerosis Lateral Amiotrófica, enfermedad que desgraciadamente se llevó a mi padre. No quería ganar dinero por publicar un libro sobre la vida de mi madre y acordamos donar lo que recaudáramos a una buena causa. Encargué un cheque en un tamaño grande con el importe donado y fui a hacerme una foto con la presidenta de la organización.

Aproveché que estaba en Madrid para hacer otras gestiones y mis pasos me llevaron delante del hotel en el que mis padres celebraron su luna de miel, en la misma calle a la que me dirigía. Mientras esperaba a que me atendieran, con el teléfono envié la foto y un mensaje de agradecimiento a las personas que habían comprado el libro. Al salir caminé por la calle General Oraá, donde residió mi madre por primera vez en la capital. Decidí pararme a tomar un café. La mujer que iba delante pidió un suizo. ¿Cuántos años hacía que no me comía uno? Recuerdo que en mi infancia era uno de los pocos dulces que teníamos posibilidad comprar porque eran los más baratos. Pedí un suizo y aquel sabor me transportó a los tiempos en los que miraba el escaparate de la pastelería de camino al colegio con la nariz pegada al cristal. Enseguida me sacó del ensueño el teléfono, sonando con decenas de mensajes que me felicitaban. Al rato la emoción emborronó mis ojos.

Caminando hacia la estación de cercanías tropecé con el Museo de Ciencias Naturales. Compré una entrada y volví a sentir la fascinación infantil por los animales. Me reí con las respuestas de los niños a las preguntas de los educadores del museo. Recuerdo vagamente haber estado con mis padres de niño en ese lugar encantador. Experimenté un sentimiento de conexión con mis antepasados. Ellos perduran en mí. Soy quien soy gracias a ellos. Guardo del olvido su memoria.