miércoles, 25 de noviembre de 2015

Dar lo mejor de uno mismo

En noviembre se celebran muchos conciertos en mi ciudad. Mi hija toca la batería en un combo junior de la escuela de música y estaba nerviosa antes del concierto. De niña apenas se alteraba aunque, en la adolescencia, los nervios comenzaron a aparecer en estas situaciones. Un chico le comentó antes de empezar: “Si te equivocas ¿crees que cinco minutos después alguien se va acordar?” Decidió salir a disfrutar y me dijo que se sintió viva.

Unos días después estrenaba con mi coral una versión escenificada del Carmina Burana. Después del ensayo previo al concierto vi a algunas personas nerviosas. Además de cantar tenían que hacer de actores o de bailarinas, lo que provocaba una tensión adicional.

La relación de la activación con el rendimiento tiene forma de campana. Los nervios ayudan a rendir hasta cierto punto. Demasiados pueden perjudicar. Pedí a una persona que antes de salir a escena mantuviese durante un par de minutos una “postura de poder”. La expresión corporal de un atleta cuando gana una carrera es expansiva: saca pecho, extiende los brazos y levanta la barbilla. La psicóloga social Amy Cuddy comprobó que mostrar una actitud de seguridad (aunque te sientas inseguro) eleva los niveles de testosterona y disminuye los de cortisol, que es la hormona del estrés. Esto ayuda a estar mejor preparado ante una situación exigente y aumenta las probabilidades de éxito. 

Me apliqué a mí mismo este consejo. Dediqué unos minutos en el camerino a echar mis hombros hacia atrás, colocando mis brazos en jarras y disfruté del concierto desde el primer minuto. Hubo momentos verdaderamente mágicos en los que me embargó la emoción. Al final, recibimos una larga ovación. Al salir vi muchos ojos brillantes. Cuando observamos algo interesante, que nos provoca emociones de agrado y placer, las pupilas se dilatan. 

Fernando Pessoa decía “pon todo lo que eres en lo mínimo que hagas”. En aquella noche especial, la suma de muchos talentos hizo que creáramos algo grande.

A continuación puedes ver una charla TED de Amy Cuddy: El lenguaje corporal moldea nuestra identidad.



viernes, 6 de noviembre de 2015

Un ritual para la despedida

Apenas conocí a José Ramón. Crucé con él algunas palabras cuando llevaba a mis hijas a clases en la escuela de música. Su muerte ocurrió en verano, cuando la coral interrumpe sus ensayos por vacaciones. Se encargó un funeral para una fecha próxima a Todos los Santos. Fue uno de los más hermosos que he presenciado. Se celebró en la catedral donde se estrenó la Coral Polifónica de Getafe en 1.988.

Antes de empezar, una coralista veterana leyó unas palabras escritas de corazón para darle las gracias al maestro. Tras un interludio musical, cantamos el conmovedor inicio del Réquiem de Mozart en Re menor que, en unos compases, empieza expresando sobriedad, después pena, para terminar en un estallido de rabia.

El sacerdote en su homilía habló de fortalezas humanas como la gratitud y la apreciación de la belleza, que también son materia de estudio de la Psicología Positiva. Utilizó una bella metáfora, comparando la música con el incienso que al quemarse se eleva hasta cielo. Casualmente, también hay una emoción positiva llamada elevación que se experimenta como un fuerte sentimiento de afecto en el pecho (Haidt, 2002). Surge cuando presenciamos actos que reflejan lo mejor del ser humano y provoca un deseo de ser mejores personas. Sentí gratitud por la labor realizada por José Ramón. Su obra ha perdurado trascendiendo más allá de su propia vida, para hacer más valiosas otras muchas vidas.

Fuimos cantando distintas canciones según iba transcurriendo la ceremonia. Fue muy emotivo cantar Lacrimosa durante la comunión, aunque entrañó un reto cantarla a capela por su dificultad. Al salir, una mujer me dijo que “los cristianos deberíamos estar contentos porque él está bien”. Le respondí que ya no está aquí y las pérdidas ocasionan tristeza.

En un curso de coaching me preguntaron: ¿qué pondrías en tu epitafio? No supe qué responder. Algún tiempo después la respuesta llegó sola a mi cabeza y me ayudó a clarificar un sentido para  mi vida. 

Carpe diem, tempus fugit.