viernes, 21 de marzo de 2014

Vivir bien los años

Mi madre es la persona más positiva que conozco. Le faltan pocos años para cumplir los noventa, encontrándose todavía bien física y psicológicamente. Conserva un gran sentido del humor. Desde pequeña es alegre y risueña, “chirigotera” dice ella. ¿Pueden estar relacionadas la salud y la longevidad con experimentar frecuentemente emociones positivas? Parece ser así. Ed Diener revisó 160 investigaciones que probaban que las personas felices tienden a vivir más. Un estudio del Journal of Happiness Studies estimó entre 7,5 y 10 años el tiempo de vida extra que podemos conseguir teniendo un carácter positivo y optimista.


Hay estudios que muestran la relación entre el uso de palabras emocionales positivas en autobiografías y un aumento de la longevidad. David Snowdon y otros autores analizaron los relatos de monjas de clausura que, al ingresar en el convento, escribieron sobre sus vidas y lo que esperaban del futuro. Las que contaban estados emocionales positivos como alegría o felicidad, gozaban de mejor salud y vivían, de media, diez años más que aquellas que no expresaron emociones. El 90% de las más alegres en su juventud vivían a los 85 años, por tan solo un 34% del grupo menos alegre.

En estudio de 2012, Pressman y Cohen analizaron las expresiones emocionales de las autobiografías de 88 psicólogos famosos. Los que emplearon más palabras emocionales positivas que implicaban excitación (animado, vigorosa, activa, atento, buen humor) tuvieron vidas más largas. Los términos negativos (enojado, asustado, somnoliento) o los positivos sin activación (pacífico, calma) no se asociaron con la longevidad.

La relación entre felicidad y edad parece tener forma de “U”. Somos más felices hasta los veinte años y cuando envejecemos, teniendo un menor bienestar entre los cuarenta y cincuenta años. Como en la película Exótico Hotel Marigold, la buena noticia es que "al final, todo acaba bien". Al igual que mi madre, las personas más felices son extremadamente sociables. Pasándolo bien a menudo, consiguen tener una larga vida y que se les haga mucho más entretenida.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Acepta lo que eres

¿Con qué frecuencia eres amable contigo mismo y piensas que estás bien siendo tal y como eres? Esta cuestión se preguntó en una encuesta realizada por la Universidad de Hertfordshire. Este estudio indicó que la autoaceptación es el hábito que mejor predice la satisfacción vital de las personas, pero es el que más cuesta practicar.

Aceptarse es sentirse satisfecho como uno es. Requiere una actitud de cuidado y comprensión hacia uno mismo, especialmente cuando hay limitaciones, dificultades o fracasos. La autoaceptación es una de las necesidades psicológicas básicas, que son imprescindibles para experimentar satisfacción de forma estable.

Para aumentar tu propio bienestar empieza por ser tan amable contigo como lo eres con los demás. Seguramente tus amigos, como todas las personas, tendrán defectos y virtudes. Pero les quieres tal y como son, también con sus imperfecciones que forman parte de su humanidad. Es una mala costumbre sobredimensionar nuestros errores o defectos y minusvalorar nuestros aciertos y virtudes, pues es un camino seguro hacia la insatisfacción. Trátate como si fueras tu mejor amigo.


Puedes considerar tus errores como oportunidades para aprender. Como decía Séneca “muy pocos aciertan antes de errar”. Hay ejemplos conocidos de hallazgos afortunados e inesperados que se produjeron sacando partido de las equivocaciones. El post-it pudo inventarse porque un operario olvidó añadir un componente al elaborar pegamento. Otro trabajador aprovechó ese pegamento defectuoso para encolar los papelitos con los que señalaba las páginas de su biblia y poder despegarlos después.

Fíjate en las cosas que haces bien, aunque sean pequeñas. Tus amigos pueden ayudarte, señalándote los puntos fuertes o lo que ellos valoran de ti.

Para aumentar la autoaceptación, es importante también pasar algún tiempo en silencio contigo mismo y conectarte con tus emociones, para intentar estar en paz con lo que eres. La meditación podría ayudarte en este sentido.

Por último, deja de compararte. Como dijo Henry Fonda, “todos encontrarían su propia vida mucho más interesante si dejaran de compararla con la vida de los demás”.  

miércoles, 12 de marzo de 2014

Con perdón


Pedir perdón es relativamente sencillo, es habitual cuando hacemos algo incorrecto. Pero perdonar resulta más difícil, pues exige esfuerzo, fuerza de voluntad y motivación.

Hace poco me encontré con unas personas con las que tuve un conflicto hace años. Aunque miraron para otro lado, noté una dolorosa punzada en mi abdomen por aquella ofensa todavía sin resolver. Buda decía que agarrarse a la ira es como coger una brasa para arrojarla a alguien: el que se quema eres tú. Perdonar debe hacerse para uno mismo, no por el que nos causó el daño, pues permite soltar la preocupación y la hostilidad para seguir adelante.


Cuando alguien nos hace daño o nos ataca podemos sentir rencor, ya sea provocado por una agresión física o emocional, como un insulto o una traición. Hay reacciones que pueden tener consecuencias negativas: responder infringiendo un daño similar (el famoso ojo por ojo, igual a dos tuertos), evitar a esa persona o tratar de vengarse. Estas reacciones nos hacen sentir mal y pueden perjudicar nuestras relaciones sociales, pudiendo incluso crear una espiral de violencia. Algunos actos pueden considerarse imperdonables, es lícito que cada cual decida qué agravios puede perdonar. 

Cuando las personas perdonan es más probable que sean más felices, sanas, agradables y serenas. Perdonar supone observar el daño desde cierta distancia. No consiste en reconciliarse, ni en justificar, excusar o negar el daño, ni tampoco en olvidarlo. Sabemos que hemos perdonado cuando disminuye el deseo de perjudicar o evitar al otro y podemos sustituirlo por sentimientos más positivos o beneficiosos. Pensar si alguna vez has cometido faltas del mismo tipo, aunque sea en menor grado, podría ayudarte a perdonar. Ponerte en el lugar del otro puede acercarte al perdón.

Para liberarte de tu rabia o amargura puedes escribir una carta de perdón, sin enviarla a quien te hizo daño. Empieza por algo fácil de perdonar. Escribe con detalle la ofensa que recibiste, cómo te afectó en el pasado y todavía hoy, cómo desearías que hubiese actuado la otra persona, acabando con un “yo te perdono por…”. 

Como no me gusta dar consejos que para mí no compro, redacté un carta de perdón para restañar viejas heridas. Fue una experiencia emocionante y noté que algo en mí se aflojaba. Como decía Nelson  Mandela “el perdón libera el alma, elimina el miedo”. Por eso es una herramienta tan poderosa”. La próxima vez que me cruce con quienes me hirieron, mi abdomen me dirá si he conseguido apagar el fuego.

martes, 4 de marzo de 2014

Escribir lo que salió bien

¿Qué suceso positivo ocurrió? El sábado pasado mi asociación ganó el concurso de murgas en mi ciudad.

¿Por qué sucedió esto? Hace diecisiete años un grupo de amigos con interés creativo y ganas de divertirnos decidimos formar un grupo para desfilar en carnaval. Año tras año hemos ido aprendiendo y mejorando. Se han incorporado jóvenes, amigos de los hijos de las personas que fundaron la asociación, que han traído sus ideas y energía. 

Tuvimos que reunirnos hace meses para elegir el tema, decidir el vestuario y atrezzo. Con suficiente antelación, hubo que elegir telas y elaborar los disfraces, comprar materiales, complementos y maquillajes. Nos comunicamos en reuniones o mediante las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, para estar informados de los avances que se iban consiguiendo. Se ensayaron los bailes y otros espectáculos a realizar en el desfile. El día anterior presté mi coche para instalar la megafonía y las luces. La tarde del desfile montamos un taller de maquillaje y estuvimos en el punto de salida a la hora convenida por la organización.

Cuando llegó el momento encendimos las luces y pusimos en marcha el equipo de música. Comenzaron a volar turbinas, dragones de tela y peces cometa enganchados a cañas de pescar. Tres acróbatas hicieron rodar una rueda alemana espectacular. Cerca, los bailarines arrancaban aplausos bailando break dance. Atrás, unas gimnastas movieron cintas de colores y cariocas. Por último, mi mujer conducía y yo activaba de vez en cuando la máquina de humo, para deleite de los pequeños y desagrado de los mayores. Y no olvidamos pasarlo muy bien.

Este ejercicio, que he ejemplificado con mi experiencia del sábado, se llama “las tres bendiciones” y sirve para aumentar el bienestar y disminuir la depresión. Es fácil: dedica diez minutos diarios durante una semana a escribir tres cosas que salieron bien y a explicar por qué se ha producido cada acontecimiento positivo. No tienen que ser grandes cosas. Como en las películas, puedes escribir tus finales felices.