martes, 25 de febrero de 2014

Un final sin apéndice

La semana pasada me operaron de apendicitis y puedo decir que fue una experiencia positiva, rica emocionalmente. Durante mi estancia en el Hospital Universitario de Getafe sentí a menudo emociones positivas, como la alegría y el agradecimiento. Disfruté de más tiempo del habitual con mi mujer y nos reímos con algunas anécdotas divertidas, contándolas después a familiares y amigos que me visitaron. 

Aprecié mi suerte por poder contar con un sistema sanitario universal y gratuito. Desde que entré en urgencias, decenas de personas se esforzaron por cuidar mi salud: la doctora que hizo el diagnostico, las enfermeras que me hicieron los análisis de sangre, radiografías, ecografías y otras pruebas, los celadores que me trasladaron de un sitio para otro, la anestesista, el doctor Rodríguez que me operó horas después, el personal auxiliar, de limpieza, las personas que llevaron la comida, las cocineras… y sin tener que pagar un céntimo.

También sentí emociones más difíciles. Los hospitales siempre me recuerdan a mi padre y apareció la tristeza, porque sigo extrañando su ausencia. El cirujano me informó de los riesgos de la intervención quirúrgica y le pregunté si había otra alternativa. Como intuía, me contestó: “Hay que operar” y firmé el consentimiento sin pensarlo. Después de esta conversación, en la sala de espera, me asaltaron algunos pensamientos nublados: “¿Y si me pasa algo? ¿Mi vida podría acabar en este momento?”. En seguida me convencí de que no. Todavía tengo que conocer a mis nietos. Me queda mucho por vivir. 

Cuando desperté en la sala de curas estaba eufórico, quizá por los efectos del anestésico. Me acordé entonces de muchas personas queridas y me sentí afortunado. Además, Chema trasladó mi cama hasta la habitación. Le conozco de toda la vida y siempre tiene una sonrisa en su boca.

Gracias a Víctor y a todo el equipo por operarme tan bien. Gracias a los que construyeron nuestro sistema sanitario, el mejor del mundo, y a todos los que luchan cada día por preservarlo.

viernes, 14 de febrero de 2014

Apreciar la belleza



Este curso me apunté a un coro en la escuela de música de mi ciudad. En una audición una chica muy joven cantó la canción de Malú “Blanco y negro” y consiguió emocionarme. Miré alrededor y medio auditorio estaba enjugándose las lágrimas. En los concursos musicales de televisión las emociones también suelen estar muy presentes. La semana pasada terminó llorando una “coach” de un popular programa en el que concursan niños. La música es una puerta abierta a las emociones, pero seguramente hay personas que tienen más sensibilidad para apreciarla.

El disfrute de la belleza y la excelencia es una de las veinticuatro fortalezas universales que se incluyen en el test VIA de valores en acción, que desarrollaron Martin Seligman y Chris Peterson. Si deseas saber cuáles son tus principales fortalezas, puedes hacer gratuitamente este test en castellano en www.authentichappiness.org.

Es posible apreciar la belleza y la excelencia en muchos ámbitos: en la naturaleza, en el arte, en el deporte, en la ciencia o en lo cotidiano. Es una fuente de disfrute que permite vivir una vida más plena. Si uno de tus puntos fuertes es apreciar la belleza, puedes dedicar un rato cada semana a practicar esa fortaleza de formas nuevas. Salir a dar un paseo por un bosque, visitar un museo, ir a cine, asistir a un concierto, contemplar un espectáculo circense o simplemente detenerte a oler una flor. Admirar la belleza puede provocar sensaciones intensas, puede sobrecogerte o asombrarte. Presenciar el virtuosismo en el deporte, en el arte u otras cualidades humanas puede provocar una emoción similar a la elevación (que explicaba en un artículo anterior). Por ejemplo, uno de mis momentos preferidos es la interpretación de Nessun Dorma que hizo Paul Potts en 2007 en la televisión inglesa. Dos mil personas acabaron ovacionándole en pie. Puedes verlo todavía en internet.
 

Dijo John Dryden que “los defectos sobrenadan en la superficie; el que quiere encontrar perlas, debe sumergirse”. Sal a buscar la belleza que esconde cada momento.

martes, 11 de febrero de 2014

Emociones que elevan



Hace aproximadamente un año una mujer se desmayó en el metro de Madrid, cayendo inconsciente a las vías. Un policía fuera de servicio, al oír el golpe, poniendo en riesgo su vida, saltó inmediatamente del andén para correr a salvar a aquella desconocida. Cuando se contemplan actos heroicos o altruistas es posible experimentar una emoción positiva llamada “elevación”, que se percibe mediante un fuerte afecto en el pecho (Haidt, 2002). Sentir esta emoción facilita que queramos estar, cooperar y ayudar a otras personas.

Experimentar elevación puede provocar una espiral positiva, que comienza por el deseo de ayudar a otros que, al recibir ayuda, pueden experimentar gratitud y continuar una cadena de favores. La elevación podría tener así efectos sociales beneficiosos aumentando la solidaridad, el altruismo y la cooperación, contribuyendo a crear redes sociales de apoyo dentro de las comunidades, los grupos y las organizaciones.

 
Las acciones hablan más alto que nuestras palabras. Decía Mark Stevenson que “somos lo que hacemos y no lo que tenemos intención de hacer”. Hay pequeñas acciones altruistas que pueden hacernos sentir bien mutuamente. Una mañana vi que una mujer pedía comida a la salida de un hipermercado. Otra señora salía con unos plátanos en la mano. Al verla dijo: “toma, cuatro para ti y cuatro para mí”. Aquella escena me conmovió, estuve a punto de decir “olé”. Observar acciones que muestran lo mejor del ser humano, hace que deseemos ser mejores personas.

¿Por qué nos emociona el altruismo? Según Antonio Damasio, esta facultad parece ubicarse en una parte de la corteza prefrontal, encima de las órbitas oculares. La lesión de esta región transforma la personalidad de los pacientes, volviéndose inmorales, egoístas y desconsiderados con el prójimo. Charles Darwin planteaba que los grupos que cooperan entre sí tienen mayores probabilidades de sobrevivir, por lo que esa conducta altruista se transmite a la descendencia.

Ya lo dijo Gabriel GarciaMárquez, “un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo cuando ha de ayudarle a levantarse”. 

martes, 4 de febrero de 2014

Orgullo y memoria



Recuerdo bien el gol a cámara lenta de Fernando Torres en la final de la Eurocopa de 2008. Estábamos en el salón y, cuando “el Niño” apenas había tocado el balón, oímos un grito de “gol”. Mi hermano veía una televisión analógica en la cocina y nos radió el gol unos segundos antes de que lo viéramos entrar.


Aquella victoria hizo que muchos españoles nos sintiéramos orgullosos de la selección. Para que el orgullo colectivo se produzca es necesario identificarse mucho con el grupo y que sea muy valorado lo que se consigue. Compartir la emoción con otros multiplica la alegría.

Rememoré ese partido al conocer la muerte de Luis Aragonés, que fue el seleccionador aquel año. Cambió el estilo de juego y como entrenador supo infundir una mentalidad ganadora a los jugadores. Por ejemplo, antes de ganar la final de Copa en 1992, dijo a su equipo: “Son el Atlético de Madrid y hay 50.000 dentro que van a morir por ustedes. Por ellos, por la camiseta, por su orgullo, hay que salir y decir en el campo que sólo hay un campeón y va de rojo y blanco”. 

El orgullo es una emoción autoconsciente que implica una valoración positiva de uno mismo como resultado de evaluar una acción propia como un éxito. En nuestra cultura esta emoción no se expresa demasiado. En un estudio se comprobó que muchos niños españoles de seis y siete años desconocían que significa orgullo, mientras los holandeses de esa edad desconocen el significado de vergüenza. La expresión universal del orgullo es: cabeza atrás, pecho erguido y manos en las caderas o elevadas en el aire, como cuando los atletas ganan una carrera.

¿Alguna vez has sentido orgullo por algo que hicieras muy bien? ¿Has sentido mucha satisfacción por conseguir un logro importante para ti? No es necesario que presumas de ello ante nadie, pero puedes volver a disfrutar recordando esos momentos. Siguen guardados en tu memoria, como un tesoro esperando a ser descubierto.