miércoles, 12 de marzo de 2014

Con perdón


Pedir perdón es relativamente sencillo, es habitual cuando hacemos algo incorrecto. Pero perdonar resulta más difícil, pues exige esfuerzo, fuerza de voluntad y motivación.

Hace poco me encontré con unas personas con las que tuve un conflicto hace años. Aunque miraron para otro lado, noté una dolorosa punzada en mi abdomen por aquella ofensa todavía sin resolver. Buda decía que agarrarse a la ira es como coger una brasa para arrojarla a alguien: el que se quema eres tú. Perdonar debe hacerse para uno mismo, no por el que nos causó el daño, pues permite soltar la preocupación y la hostilidad para seguir adelante.


Cuando alguien nos hace daño o nos ataca podemos sentir rencor, ya sea provocado por una agresión física o emocional, como un insulto o una traición. Hay reacciones que pueden tener consecuencias negativas: responder infringiendo un daño similar (el famoso ojo por ojo, igual a dos tuertos), evitar a esa persona o tratar de vengarse. Estas reacciones nos hacen sentir mal y pueden perjudicar nuestras relaciones sociales, pudiendo incluso crear una espiral de violencia. Algunos actos pueden considerarse imperdonables, es lícito que cada cual decida qué agravios puede perdonar. 

Cuando las personas perdonan es más probable que sean más felices, sanas, agradables y serenas. Perdonar supone observar el daño desde cierta distancia. No consiste en reconciliarse, ni en justificar, excusar o negar el daño, ni tampoco en olvidarlo. Sabemos que hemos perdonado cuando disminuye el deseo de perjudicar o evitar al otro y podemos sustituirlo por sentimientos más positivos o beneficiosos. Pensar si alguna vez has cometido faltas del mismo tipo, aunque sea en menor grado, podría ayudarte a perdonar. Ponerte en el lugar del otro puede acercarte al perdón.

Para liberarte de tu rabia o amargura puedes escribir una carta de perdón, sin enviarla a quien te hizo daño. Empieza por algo fácil de perdonar. Escribe con detalle la ofensa que recibiste, cómo te afectó en el pasado y todavía hoy, cómo desearías que hubiese actuado la otra persona, acabando con un “yo te perdono por…”. 

Como no me gusta dar consejos que para mí no compro, redacté un carta de perdón para restañar viejas heridas. Fue una experiencia emocionante y noté que algo en mí se aflojaba. Como decía Nelson  Mandela “el perdón libera el alma, elimina el miedo”. Por eso es una herramienta tan poderosa”. La próxima vez que me cruce con quienes me hirieron, mi abdomen me dirá si he conseguido apagar el fuego.

No hay comentarios:

Publicar un comentario