viernes, 11 de diciembre de 2015

Orgullo y humildad

Recientemente, me sorprendió la respuesta de un candidato a las próximas elecciones generales. Le preguntaron: “¿ha ganado usted el debate?” y contestó: “humildemente, sí”. Me pareció una respuesta contradictoria. En nuestra cultura, ir de sobrado no está muy bien visto. Por ello, la emoción de orgullo no se expresa demasiado. En un estudio se comprobó que muchos niños españoles entre seis y siete años no entienden el significado de orgullo, mientras que los holandeses con esas edades no comprenden la palabra vergüenza.

El orgullo es una emoción autoconsciente que implica una valoración positiva de uno mismo, al evaluar una acción propia como un éxito. La expresión universal del orgullo es: cabeza atrás, pecho erguido y manos en las caderas o elevadas en el aire, como los atletas al ganar una carrera.

El orgullo es una emoción positiva que también puede tener, socialmente, connotaciones negativas. En una conferencia, Gonzalo Hervás afirmaba que es beneficioso sentir orgullo internamente, aunque es mejor no exteriorizarlo demasiado, poniendo “cara de póquer”.

La humildad es más valorada en todas las culturas. Es una de las veinticuatro fortalezas personales, estudiadas por Seligman y Peterson, derivadas de las seis virtudes consideradas universales.

Las personas humildes no se creen más especiales que otros y no buscan ser el centro de atención. Dejan que sus hechos hablen por ellos. No necesitan alardear de sus aspiraciones, victorias o derrotas.

VIA Institute on Character propone tres prácticas que ayudan a fortalecer la humildad:

  • Tus éxitos y fortalezas hablan por sí solos. Son visibles para los demás y es preferible no presumir en exceso.
  • Si cometes errores, puedes admitirlos y aceptarlos. Siempre es posible pedir perdón, si fuera necesario.
  • Puedes dejar que otros brillen en las reuniones con amigos, familia o compañeros.

Nietzsche pidió: “que mi orgullo vaya del brazo con mi cordura”. Decía Ernesto Sábato que “para ser humilde se necesita grandeza”. Quizás, como indicó Henry F. Amiel, “la verdadera humildad consiste en estar satisfecho”. Cuando estoy bien, no necesito mucho más.

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