martes, 4 de febrero de 2014

Orgullo y memoria



Recuerdo bien el gol a cámara lenta de Fernando Torres en la final de la Eurocopa de 2008. Estábamos en el salón y, cuando “el Niño” apenas había tocado el balón, oímos un grito de “gol”. Mi hermano veía una televisión analógica en la cocina y nos radió el gol unos segundos antes de que lo viéramos entrar.


Aquella victoria hizo que muchos españoles nos sintiéramos orgullosos de la selección. Para que el orgullo colectivo se produzca es necesario identificarse mucho con el grupo y que sea muy valorado lo que se consigue. Compartir la emoción con otros multiplica la alegría.

Rememoré ese partido al conocer la muerte de Luis Aragonés, que fue el seleccionador aquel año. Cambió el estilo de juego y como entrenador supo infundir una mentalidad ganadora a los jugadores. Por ejemplo, antes de ganar la final de Copa en 1992, dijo a su equipo: “Son el Atlético de Madrid y hay 50.000 dentro que van a morir por ustedes. Por ellos, por la camiseta, por su orgullo, hay que salir y decir en el campo que sólo hay un campeón y va de rojo y blanco”. 

El orgullo es una emoción autoconsciente que implica una valoración positiva de uno mismo como resultado de evaluar una acción propia como un éxito. En nuestra cultura esta emoción no se expresa demasiado. En un estudio se comprobó que muchos niños españoles de seis y siete años desconocían que significa orgullo, mientras los holandeses de esa edad desconocen el significado de vergüenza. La expresión universal del orgullo es: cabeza atrás, pecho erguido y manos en las caderas o elevadas en el aire, como cuando los atletas ganan una carrera.

¿Alguna vez has sentido orgullo por algo que hicieras muy bien? ¿Has sentido mucha satisfacción por conseguir un logro importante para ti? No es necesario que presumas de ello ante nadie, pero puedes volver a disfrutar recordando esos momentos. Siguen guardados en tu memoria, como un tesoro esperando a ser descubierto.

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