martes, 4 de noviembre de 2014

Cambios de estado

Mi estreno con la Coral Polifónica de Getafe no pudo ser mejor. Entré en junio. Durante el verano fui aprendiendo el repertorio y a finales de septiembre viajamos a Roma. Fue un privilegio poder cantar con otros cientos de voces en el patio de los Museos Vaticanos, admirar la Capilla Sixtina, la Basílica de San Pedro y apreciar toda la belleza que ofrece la ciudad eterna.

También viví momentos estresantes. Al regresar en el metro de un concierto, a un compañero de la coral le intentaron robar. Hubo gritos y otros pasajeros echaron al ladrón. Para rebajar la tensión, una soprano tuvo la feliz idea de pedirnos que cantáramos a capela la canción góspel “Hear Us O Lord”. Me agradaron los aplausos que nos dio al final un vagón lleno de pasajeros sorprendidos. Al salir estábamos de nuevo contentos. En la plaza había un concierto y espontáneamente nos pusimos a bailar. Acabamos casi eufóricos. La música produjo en nosotros un cambio de estado emocional.

Las emociones desagradables provocadas por sucesos negativos, son generalmente más intensas y tienen una mayor duración, que las emociones agradables causadas por acontecimientos positivos. Por eso algunos autores hablan de que, para crecer como persona, es necesario sentir un porcentaje mayor de emociones positivas. Compensando así el sufrimiento ocasionado por las emociones difíciles, que nos ayudan a sobrevivir pero, en exceso, pueden amargarnos la vida.

A veces me despierto de la siesta con un sopor espeso y cierta angustia. Una ducha fresca hace que mi cuerpo recupere la energía y permite que mi estado de ánimo vuelva a ser positivo. Un amigo dice que la meditación también produce ese efecto ducha: disuelve las preocupaciones que se desprenden, como el agua se lleva el jabón por el sumidero. El ejercicio físico es otro medio para elevar el estado de ánimo. También hablar con alguien que te comprenda o incluso cambiar de postura. Con la cabeza erguida y los hombros lejos de las orejas es imposible sentirse mal.

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