lunes, 30 de junio de 2014

Oh happy day

Siempre he pensado que la música es una puerta abierta a las emociones. Recientemente me confirmó esta hipótesis Teresa Orozco, que presentó un estudio de la Universidad Complutense, afirmando que el 64 % de las experiencias musicales provocan alguna emoción. Con la música emotiva se libera dopamina, que está relacionada con la sensación de placer. También la música puede ayudarnos a sentirnos mejor. Tarareando o cantando una canción podemos desvincularnos del estrés generado por los pequeños contratiempos cotidianos.

El pasado domingo presencié un concierto de góspel que fue un torbellino emocional para mí. Lo dirigió Josu Elberdin y era la guinda de un taller de canto organizado por la CoralPolifónica de Getafe. Cien personas, que apenas se conocían el día anterior, crearon colectivamente una experiencia irrepetible y llena de momentos mágicos. Sus caras reflejaban que, seguramente, sintieron muchas emociones positivas compartiendo la vivencia de cantar en armonía con cientos de gargantas. Contagiaron esa emoción al público, que terminó ovacionándoles, puestos en pie, pidiendo otra canción para que el concierto no acabase.

Dijo el director, que había pedido al coro vestir de negro, porque “los colores los llevaban por dentro”. Hay personas que pueden percibir a la vez varios tipos de sensaciones diferentes, probablemente al activarse de forma cruzada las zonas del cerebro que procesan la información sensorial. Por ejemplo, pueden oír los colores o ver los sonidos, sintiéndolos realmente. Si algún sinestésico hubiera presenciado el concierto, desde luego que habría visto muchísimos colores.

La trascendencia es una de las seis virtudes humanas consideradas universales. Incluye las fortalezas emocionales que van más allá de uno mismo, conectándonos con algo más elevado y permanente. En el concierto disfruté de la belleza y excelencia, del sentido del humor y el entusiasmo, sentí gratitud y esperanza al contemplar algo hermoso, construido colectivamente por muchos seres humanos. Quizá las mismas emociones que albergaban los esclavos afroamericanos en Virginia hace dos siglos. Gracias Josu, tienes la mejor de las profesiones: hacer felices a los demás.

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